sábado, 26 de diciembre de 2009

Rito Escocés Antiguo y Aceptado

Según el historiador de la Francmasonería Albert Mackey, el siglo XVIII vio actuar a un tal "chevalier" (caballero en idioma "francés") Ramsay, presbiteriano escocés educado en la Universidad de Edimburgo y apóstata protestante cuando decidió abrazar la iglesia de Roma.
La huída de Jacobo II a Francia le hizo marcharse también a él. Posteriormente se convertiría en tutor del pretendiente al trono inglés, Carlos II, introduciéndose en los círculos de conspiradores para recuperar el trono de Escocia. La nobleza francesa aceptó de buena gana el rito que, según Ramsay, había sido traído de Palestina por los príncipes, sacerdotes, caballeros y nobles a su regreso de las Cruzadas.
Es cierto que, durante los sucesos revolucionarios que tuvieron lugar en Inglaterra y Escocia a lo largo de los siglos XVII y XVIII, muchos masones escoceses huyeron a Francia. Ello pudo haber dado origen a la popular creencia de que el Rito Escocés nació en Escocia. En realidad, hasta 1846 no se estableció un Supremo Consejo en esta región del actual Reino Unido de Gran Bretaña.
El Rito Escocés creció en Francia a partir de 1754, en el interior del seminario jesuita de Clermont, formándose un capítulo (o Colegio) con siete grados. Existe un documento anterior de un Capítulo Rosacruz de Arras (Francia) instaurado en 1747 por Carlos Eduardo Estuardo. Hacia 1758 el sistema se había convertido en un Rito de 25 grados conocido -en lenguaje jesuítico- como Rito de Perfección de la denominada Orden del Secreto Real, cuyas “Grandes Constituciones” se dictaron en 1762.
En 1761, un judío llamado Stephen Morin, miembro del denominado “Consejo de Emperadores de Oriente y Occidente”, recibió el encargo de introducir el Rito en el Nuevo Mundo. Primero lo estableció en Jamaica y Santo Domingo. Posteriormente abrió cámaras en Nueva Orleans 1763, Albany (Nueva York, 1782), Filadelfia (1782) y Charleston (Carolina del Sur, 1783). Se dice que de los dieciséis “Diputados Inspectores Generales” nombrados por Morin, trece eran judíos como él.
En 1786 se ratificaron las Grandes Constituciones para poner orden en la caótica situación de los grados europeos. Éstas fueron las Constituciones que trajeron “El Rito Escocés Antiguo y Aceptado”, ampliando hasta treinta y tres el número de grados, con el 33 (cifra que se representa, como el resto de los grados, con el símbolo º junto al número) como Supremo Consejo, es decir, como órgano de gobierno. Algunos historiadores alegan que las citadas Constituciones fueron falsamente atribuidas, para conferirles mayor grandeza y legitimidad, al prusiano Federico el Grande, cuya muerte tuvo lugar ese mismo año, en 1786.
En 1801 se abrió un Supremo Consejo en Charleston (EE. UU.) bajo las citadas Constituciones, absorbiendo al anterior Rito de Perfección. Este Supremo Consejo emitió posteriormente certificados de autenticidad a otros Supremos Consejos. Todos los Supremos Consejos actuales se derivan, directa o indirectamente, del ya citado Supremo Consejo de la Jurisdicción Meridional de Estados Unidos de Norte América.
A lo largo del siglo XIX fueron creándose nuevos Supremos Consejos en Europa y Canadá. En nuestros días hay estrechas relaciones entre aproximadamente 40 Supremos Consejos distribuidos por todo el mundo, incluyendo las cuatro Grandes Logias Nacionales de los países escandinavos.
La denominación “Rito Escocés Antiguo y Aceptado” nació en 1804 a partir del convenio entre el Supremo Consejo de Francia y el Gran Oriente de Francia.
En 1859, guiado por el Gran Comandante y renombrado escritor masónico norteamericano Albert Pike, el Rito Escocés se extendió por Estados Unidos y el resto del mundo. La palabra “escocés” también ha sido relacionada con uno de los grados del antiguo Supremo Consejo.
Según la abundante literatura existente y el uso extendido, al Rito Escocés se accede tras completar los tres primeros grados simbólicos –Aprendiz, Compañero y Maestro- en la llamada logia simbólica o Logia Azul.
El Rito incluye los grados 4º al 32º, cada uno de los cuales ostenta un título* (ver denominaciones abajo). Sus miembros se reúnen en “Valles” y se organizan de cuatro formas: Logia de Perfección (grados 4º al 14º), Consejo de los Príncipes de Jerusalén (15º-16º), Capítulo Rosacruz (17º-18º) y Consistorio (19º-32º).
El grado 33º se confiere anualmente en una reunión del Supremo Consejo del Grado 33 a un número selecto de Masones del Grado 32º que han demostrado en su modo de vida el verdadero significado de la palabra fraternidad. La edad biológica de quien recibe el grado 33º debe ser igual o superior a 33 años. El grado 33º es un grado honorífico concedido en reconocimiento de los servicios prestados a la Francmasonería o a la Comunidad.
A un profano, o a un iniciado, y a muchos Maestros Masones desinformados esta presentación jerárquica les puede parecer que quienes obtienen uno de esos treinta grados adicionales poseen un rango superior. Sin embargo, el principio más firme de la Francmasonería universal es que no hay grado superior al de Maestro Masón. Los grados 4º al 32º señalan un nivel de conocimiento, una ampliación de los trabajos de la Logia Simbólica, lecciones que se enseñan por medio de alegorías dramatizadas. Estas enseñanzas se han extraído de episodios bíblicos y acontecimientos históricos más modernos. Los practicantes o miembros –todos Maestros Masones de buena reputación- utilizan ropajes en consonancia con los personajes que representan.
La mayoría de los Supremos Consejos y sus cuerpos subordinados suelen reconocer la supremacía de las Grandes Logias Simbólicas y los Grandes Maestros en sus respectivas jurisdicciones.
Grados del Rito Escocés
Logia azul
1º Aprendiz
2º Compañero
3º Maestro
Logia de Perfección
4º Maestro Secreto
5º Maestro Perfecto
6º Secretario íntimo
7º Preboste y Juez
8º Intendente de Edificios
9º Maestro Elegido de los Nueve
10º Ilustre Elegido de los Quince
11º Sublime Caballero Elegido
12º Gran Maestro Arquitecto
13º Caballero del Real Arco
14º Gran Elegido y Perfecto Masón
Consejo de los Príncipes de Jerusalén
15º Caballero de Oriente o de la Espada
16º Príncipe de Jerusalén
Capítulo Rosacruz
17º Caballero de Oriente y Occidente
18º Caballero Rosa Cruz
Consistorio
19º Gran Pontífice o Sublime escocés
20º Venerable Maestro de Todas las Logias regulares
21º Patriarca Noaquita o Caballero Prusiano
22º Caballero de la Real Hacha o Príncipe del Líbano
23º Jefe del Tabernáculo
24º Príncipe del Tabernáculo
25º Caballero de la Serpiente de Bronce
26º Príncipe de la Merced o Escocés Trinitario
27º Gran Comendador del Templo
28º Caballero del Sol o Príncipe Adepto
29º Gran Escocés de San Andrés
30º Gran Elegido Caballero Kadosch
31º Gran Inspector Inquisidor Comendador
32º Sublime y Valiente Príncipe del Real Secreto
Supremo Consejo del Grado 33
33º Soberano Gran Inspector General

LEOPOLDO LUGONES: SU BIOGRAFIA DESCONOCIDA

Por Antonio Las Heras(*)
Admitido como uno de los grandes poetas del mundo hispano parlante, elogiado por Jorge Luis Borges y llamado por Rubén Darío "la nota más vibrante de la poesía argentina", Leopoldo Lugones es una figura de la literatura argentina sobre quien mucho se ha dicho y polemizado. Empero, hay un Lugones secreto y desconocido que es al que aquí queremos referirnos.
Pocos conocen que el autor de La Guerra Gaucha mostró gran interés por el espiritismo, el esoterismo, la radiestesia, la quirología, la homeopatía, y la incipiente parapsicologí a, también conocida entonces como metapsíquica. Fruto de ello fue su libro Las Fuerzas Extrañas (1906), conjunto de escritos entre el cuento y el ensayo donde se centra en lo fantástico, lo oculto, lo misterioso.
Fue seguidor de la teosofía creada por Elena Petrovna Blavatsky, que llevó desde la India hasta Londres a Jiddú Krishnamurti, atribuyéndole dotes de mesías. Al respecto, Ricardo Piglia afirma que el espiritismo fue la única visión del mundo a la que Lugones fue siempre fiel.
El mundo de lo iniciático; esto es de la tradición hermética que aspira a que el hombre obtenga los beneficios perdidos tras la Caída pero que le fueron comunes en los tiempos primordiales, fue otro de sus temas de interés.
"Entre los modernistas hispánicos, Rubén Darío aparte, es Leopoldo Lugones -explica Ricardo Guillén- quien más notable inspiración órfica acusa en su obra, especialmente en sus cuentos, donde la idea de que en todo lo existente -mineral, árbol, bestia...- late una fuerza que puede llamarse espiritual, da lugar a páginas notables. La convicción de que las cosas tienen alma, pues, y viven, y hasta matan (como mostró Darío alguna vez) es lo que permitió históricamente hechizos y conjuros, fetiches y amuletos. Idea órfica que empalma con la magia e incita a comunicar con los objetos, es decir con el espíritu que los habita, y esto tanto más cuanto se suponga, como Nerval suponía, que en las cosas hay una postulación hacia el reconocimiento, un deseo de ser reconocidas («Un mystère d'amour dans le métal repose»), una palabra que espera ser oída y podrá serlo cuando hacia ella se oriente una inquietud paralela".
Einstein y los masones
En 1925, Albert Einstein visita la Argentina; uno de quienes estará todo el tiempo a su lado es, precisamente, Leopoldo Lugones. El autor de Lunario Sentimental era el delegado argentino ante la Comisión de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones (organismo anterior a las Naciones Unidas) presidida por el notable filósofo francés Henri Bergson. Einstein también formaba parte. Lugones, aprovechando esa personal relación con el físico, lo invitó a nuestro país.
Entusiasmado con los resultados de la visita, el autor de Romances del Río Seco, advirtiendo los sucesos que estaban aconteciendo en Alemania, lanza un llamado para recaudar fondos y radicar al notable físico en nuestro país.
Las complejidades de la física teórica no eran ajenas al poeta. "En 1920 el Centro de Estudiantes de Ingeniería de la UBA -escriben Miguel de Asúa y Diego Hurtado de Mendoza- invitó a este famoso escritor y personaje público a dictar una conferencia, la cual fue luego publicada como El tamaño del espacio. Ensayo de psicología matemática (Buenos Aires, El Ateneo, 1921), dedicada al Ing. Georges Duclout. Este trabajo es, en esencia, una larga discusión sobre el origen de los conceptos matemáticos. Lugones critica allí las posturas que considerarían válidos sólo aquellos conceptos geométricos que pueden ser 'intuidos' -visualizados por la imaginación- y defiende una posición según la cual, en el caso de las nociones geométricas, el único criterio de validez es el puramente racional. Para discutir esta cuestión el autor utiliza como principal ejemplo el de la teoría de la relatividad" .
En 1935 escribe el prólogo al libro La mentira más grande de la historia: los protocolos de los sabios de Sion, de Benjamín W. Segel (Ediciones DAIA., Buenos Aires 1936). La obra denuncia como falsificación a este escrito antisemita conocido como Los Protocolos de los Sabios de Sion.
El autor de Cuentos Fatales tuvo intensa actividad masónica. Fue iniciado en la Masonería Argentina el 13 de noviembre de 1899 en la Logia Libertad Rivadavia Nº 51. Obtuvo el grado de maestro el 10 de abril de 1900. El 1 de octubre de 1902 se incorporó a la Logia Confraternidad Argentina Nº 2. De 1905 a 1906 fue Gran Primer Vigilante; esto es, vicepresidente segundo de la Orden. De 1906 a 1907 fue Pro Gran Maestre. A partir del 8 de marzo de 1906 formó parte -en calidad de miembro activo- del Supremo Consejo del Grado 33 para la República Argentina. Tras el derrocamiento (apoyado por Lugones) de Hipólito Yrigoyen, quien también era Hermano Masón, el escritor se alejó de la Orden.
El 18 de febrero del año pasado se cumplieron 60 años de su suicidio. Durante décadas, su féretro permaneció en una tumba del cementerio de la Recoleta sin placa ni identificació n alguna, tal como él lo había solicitado. Sólo en 1994, por iniciativa del entonces Secretario de Cultura de la Nación, el poeta José María Castiñeira de Dios, en conjunto con la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), el catafalco fue retirado del anónimo reposo y llevado a Villa de María de Río Seco, su ciudad natal, en la provincia de Córdoba.

Diario LA GACETA - San Miguel de Tucumán
(*) Antonio Las Heras - Doctor en Psicología social (UAJFK) Escritor, consejero titular de la Fundación El Libro, ex secretario general de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).

lunes, 21 de diciembre de 2009

Eseñanza Interior

Pinar del Río, Cuba.
Gran Logia de Cuba de A.·.L.·.y A.·.M.·.

Los antiguos masones conocieron, además del aspecto exterior o formal de la masonería y de las prácticas sagradas, una enseñanza paralela interior o esotérica que se daba únicamente a los que se reputaban moral y espiritualmente merecedores y maduros para recibirla.
El aspecto esotérico de la Masonería -conocida exotéricamente por los profanos- lo suministraban especialmente los llamados Misterios (palabra derivada de "mysto", término que se aplicaba a los neófitos, y que significa etimológicamente reservado o secreto, refiriéndose evidentemente a la obligación de ocultarlo, sellada por juramento, que se le pedía a todo adepto), de los cuales la Masonería esotérica puede considerarse como legataria y continuadora, por medio de las corporaciones de Constructores y otras agrupaciones místicas que nos transmitieron su Doctrina.
Esta Doctrina Interior -esotérica y oculta- es esencialmente iniciática, por cuanto se alcanzará únicamente por medio de la iniciación, es decir ingresando a un particular estado de conciencia (o punto de vista interior), pues sólo mediante él puede ser entendida, reconocida y realizada.
La Doctrina Interior ha sido siempre y sigue siendo la misma para todos los pueblos y en todos los tiempos. En otras palabras, mientras para los profanos (los que se quedan delante o fuera del Templo, es decir sujetos a la apariencia puramente exterior de las cosas) ha habido y hay diferentes religiones y enseñanzas, en aparente contraste las unas con las otras, para los iniciados no ha habido ni hay más que una sola y única Doctrina, Deísta Enseñanza: la Doctrina Madre Ecléctica o Religión Universal de la Verdad, que es Ciencia y Filosofía, al mismo tiempo que Religión.
De esta enseñanza iniciática, esotérica y universal, común a todos los pueblos, las razas y los tiempos, las diferentes religiones y las distintas escuelas han constituido y constituyen un aspecto exterior más o menos imperfecto e incompleto. Y las luchas religiosas siempre han caracterizado aquellos períodos en los cuales por la inmensa mayoría de sus dirigentes, fue perdida de vista aquella esencia interior que constituye el Espíritu de la religión, comprendiéndose únicamente el aspecto profano o exterior.